En ese contexto, la segunda vuelta electoral que se realizará durante la primera quincena de enero sí será una prueba de nervios. Dado que nadie duda que el candidato de derecha será uno de los dos competidores en esa ocasión, el representante de la centro izquierda - que en mi opinión será el ex Presidente Frei - deberá ser capaz de un ejercicio extraordinariamente difícil: demostrar a quienes consideran que la coalición gobernante ha cumplido su ciclo y se ha agotado, que existe espacio para liderar un proyecto que no sólo impida el acceso de la derecha al gobierno, sino además reconecte a Chile con la ruta de la modernización económica y la equidad social. Yo creo que eso es posible.
martes, 15 de diciembre de 2009
Blog Apuntes de Orlando Jorge Mera
En ese contexto, la segunda vuelta electoral que se realizará durante la primera quincena de enero sí será una prueba de nervios. Dado que nadie duda que el candidato de derecha será uno de los dos competidores en esa ocasión, el representante de la centro izquierda - que en mi opinión será el ex Presidente Frei - deberá ser capaz de un ejercicio extraordinariamente difícil: demostrar a quienes consideran que la coalición gobernante ha cumplido su ciclo y se ha agotado, que existe espacio para liderar un proyecto que no sólo impida el acceso de la derecha al gobierno, sino además reconecte a Chile con la ruta de la modernización económica y la equidad social. Yo creo que eso es posible.
jueves, 10 de diciembre de 2009
Columna Revista Capital
Cuadrar el círculo
En un mundo globalizado, cuando nuestras empresas fallan, es Chile el que falla. La ley de nueva institucionalidad ambiental da pasos positivos en esta dirección. Será necesario difundirla mucho más.
Son gran ojo periodístico, Capital ha sido persistente en presentar durante 2009 distintas facetas de la discusión ambiental nacional e internacional. Se trata de una cuestión clave para nuestro desarrollo, cruza fronteras geográficas y políticas y a su respecto existe además controversia científica. Por mi parte, en columnas anteriores he procurado mostrar de qué manera el elevar nuestros estándares ambientales es condición indispensable no sólo para mejorar la calidad de vida de los chilenos, sino también para competir con éxito en los mercados internacionales.
Sin embargo, es necesario reconocer que avanzamos intentando cuadrar el círculo.
Por un lado, ¿cuáles son los estándares ambientales que deberemos cumplir para poder competir? En medio de serias dificultades para alcanzar un acuerdo internacional post Kyoto que controle las emisiones de gases de efecto invernadero, las exigencias resultan una combinación compleja de regulaciones domésticas, modelos comerciales y acuerdos internacionales.
No es fácil moverse en este escenario. Hace pocos días, exportadores de choritos en Chiloé (el mundo real de nuestra small open economy) me describían los malabares que tienen que hacer para mantenerse al día con las exigencias de sus mercados de destino, la mayor parte en Europa. Lo más impresionante es que su preocupación no era ni siquiera poder cumplir con esas exigencias, sino lograr conocer con claridad y anticipación cuáles eran éstas.
Por otro lado, nuestra regulación ambiental –en aquello en que la tenemos– está compuesta por una gran variedad de normas sectoriales, fiscalizadas por diversas instituciones públicas que habitualmente actúan aplicando criterios mutuamente divergentes.
Para resolver esta situación y siguiendo las mejores prácticas internacionales, hemos aprobado hace pocos días el proyecto de ley que crea el ministerio del Medio Ambiente, la Superin-tendencia y el Servicio de Evaluación Ambiental. Les seguirá en un plazo razonable el Tribunal del Medio Ambiente.
Soy un firme partidario de esta reforma. Pero, ¿se imagina usted la magnitud del ejercicio de adaptación que nuestra economía deberá vivir en un contexto de incorporación progresiva –necesaria, por cierto– de normas de emisión y calidad, así como de incremento en la fiscalización ambiental?
Frente a estos desafíos, me parece importante que no escondamos la cabeza bajo la tierra, al modo del avestruz, ni intentemos cuadrar el círculo minimizando la complejidad de la tarea.
En primer lugar, intuyo que estamos dejando que los costos de la adaptación productiva sean problema de todos y, por lo tanto, de nadie. Esto no tiene lógica. Si creemos que esta adaptación es no sólo necesaria sino además costosa, así como sabemos que ella impactará en la línea de flotación de empresas y empleos, ¿no deberíamos conversar sobre la forma en que la financiamos y los plazos necesarios para ello?
En segundo lugar, ¿realmente creemos que esta adaptación productiva es posible sin avanzar más en la modernización del principal encargado de diseñar y ejecutar dichos estándares, el Estado? La nueva institucionalidad ambiental no será respuesta suficiente. ¿O se imagina usted el relanzamiento de la actividad acuícola nacional con la misma precaria institucionalidad pública que, en combinación con la falta de prolijidad de algunos privados, hizo posible la crisis de la salmonicultura?
Por último, ¿seguiremos creyendo que es posible una estrategia de desarrollo ambientalmente sustentable sin revisar los enfoques tradicionales de la acción pública? Mi impresión es que el objetivo político debe ser facilitar y estimular la adaptación productiva y el cumplimiento normativo. Es decir, nivelar hacia arriba, adoptar un enfoque de acción y fiscalización preventivo antes que punitivo. Es obvio que parte importante de nuestras empresas está fuera de estándar. Muchas de ellas, por falta de conocimiento o de financiamiento. Entonces, ¿acaso no constituye un objetivo de país empujarlas en la dirección correcta en vez de tranquilizar nuestra conciencia amparándonos en la consigna de que el Estado sólo debe preocuparse de fiscalizar y los privados de cumplir la normativa? En un mundo globalizado, cuando nuestras empresas fallan, es Chile el que falla. La ley de nueva institucionalidad ambiental da pasos positivos en esta dirección. Será necesario difundirla mucho más.
Chile ha enfrentado pruebas más difíciles. Estoy seguro de que superará esta con éxito. Pero primero tenemos que renunciar a intentar cuadrar el círculo.
miércoles, 23 de septiembre de 2009
Columna Revista Capital
jueves, 25 de junio de 2009
Columna Revista Capital
Artículo correspondiente al jueves 25 de junio de 2009
http://www.capital.cl/blog/index.php?p=3105
¿Tiene sentido introducir cambios a la institucionalidad que regula, fiscaliza y fija tarifas a distintas áreas de servicios? Aunque está funcionando con cierto grado de efectividad, yo diría que hacer ajustes sí se justifica.
Hace pocos días fui invitado a comentar una investigación del economista de la Universidad de Chile Aldo González. Su trabajo tiene mérito. Entre otras cosas, porque se anima a abordar una de las temáticas menos sexy de los últimos años: la institucionalidad de los organismos que regulan las tarifas de los sectores eléctrico, de telecomunicaciones y de agua potable. Y eso es valioso porque, haciendo honor a la mejor tradición de la academia, nos invita a poner atención no sólo en lo urgente sino también en lo importante.
Un acierto del trabajo, me parece, es reconocer la efectividad que ha demostrado en el tiempo una institucionalidad que combina de manera poco ortodoxa arquitecturas institucionales variadas.
Un acierto del trabajo, me parece, es reconocer la efectividad que ha demostrado en el tiempo una institucionalidad que combina de manera poco ortodoxa arquitecturas institucionales variadas.
¡Qué decir de las interacciones entre los ministerios de Economía, Transportes y Telecomunicaciones y Obras Públicas! Una coordinación que puede convertirse en verdadero ejercicio de prestidigitación.
Y sin embargo, como nos diría Galileo, “se mueve”. Parecen funcionar al menos sus tareas más fundamentales. Entonces, ¿tiene sentido introducir cambios?
Yo creo que sí.
Las “cuestiones orgánicas” tienen importancia. La misma oposición, siempre renuente a incorporar estas variables en su análisis, hoy lo reconoce como necesario. ¿Qué otra cosa si no es el anuncio de eliminar la Secretaría General de Gobierno y crear un nuevo ministerio social? Es un esfuerzo por mejorar el “músculo” destinado a diseñar y ejecutar políticas que se consideran prioritarias.
Lo mismo ocurre en regulación de servicios básicos. ¿Por qué? En primer lugar, porque la variedad de diseños institucionales que conviven genera barreras de entrada para nuevos actores. Si queremos más inversionistas, nacionales y extranjeros, en sectores intensivos en inversiones y con niveles crecientes de competencia –como ocurre en telecomunicaciones–, la simplicidad de las reglas y de la arquitectura institucional que las sostiene es fundamental.
Concuerdo en esto con González. Superintendencias con funciones de regulación y fiscalización, cuyos directivos sean designados como parte del sistema de Alta Dirección Pública, parecen razonables no sólo para servicios sanitarios, como hoy ocurre, sino también para energía y telecomunicaciones.
En segundo lugar, no veo razón para mantener diluidas las responsabilidades de formulación de políticas en tres ministerios copados por múltiples otras tareas. En vez de mantener al ministerio de Economía como recipiente de aquello que no sabemos dónde va, sugeriría concentrarlo en lo que sabe hacer mejor: políticas de regulación de servicios y fomento productivo. Eso significa que las superintendencias de los tres sectores pasen a relacionarse con el gobierno a través de este ministerio. Fin de las dobles dependencias. El mismo ministerio puede además hacerse cargo, esta vez como complemento de sus tareas de política, de los diversos programas de fomento que existen asociados a estos servicios.
En tercer lugar, aún podemos mejorar la relación entre los reguladores sectoriales y los organismos de defensa de la libre competencia. Al menos dos cuestiones atraen de inmediato la atención. Por una parte, la necesidad de articular inteligentemente los objetivos sectoriales de nuestros reguladores, típicamente asociados a asegurar el financiamiento de inversiones eficientes, con la necesidad de evitar normas o prácticas que debiliten o impidan la competencia. Por otra parte, el desafío de evitar que en el ejercicio de sus denominadas funciones no contenciosas, el Tribunal de Defensa de la Libre Competencia dicte instrucciones que por falta de información o conocimiento de los mercados pueden resultar innecesarias, de escaso efecto o de difícil fiscalización.
Finalmente, es tiempo de asumir que nuestros reguladores requieren de mayor flexibilidad para contratar y retener profesionales de primer nivel. La gran calidad de muchos de quienes hoy, con vocación e inteligencia, desempeñan estas tareas no puede inhibirnos de reconocer el desborde cotidiano a que se ven enfrentados, dada la multiplicidad y complejidad de los desafíos que deben abordar.
Es cierto, no es sexy… ¡pero cómo ayudaría!
martes, 19 de mayo de 2009
Columna Revista Capital
Resulta difícil olvidar la imagen y el tono del presidente Lagos, con ese paternalismo que parecía garantizar que todo iba a estar siempre bien, haciendo referencia a “la señora Juanita”. De un día para otro, el personaje pasó a formar parte de nuestro lenguaje coloquial. Confieso que la misma señora Juanita cobró corporeidad en mi imaginación como una combinación perfecta entre la apariencia bondadosa de mi abuela Jesús y la fragilidad de las abuelitas que en el colegio o en diversas etapas de mi vida conocí en hogares de ancianos y clubes de adultos mayores.
Más allá de la anécdota, no puedo evitar asociar a la señora Juanita con un país vertical en el cual unos, que se encuentran en situación de preeminencia sobre otros, califican las dificultades que estos últimos puedan estar viviendo como inaceptables y toman, eventualmente, la decisión de intervenir para modificar ese estado de cosas.
Es cierto que resulta mejor la vida en una sociedad en la cual los “privilegiados” están dotados de una conciencia ética y una propensión a la justicia que tiende a minimizar las inequi-dades, versus aquella en la cual éstos sólo destilan egoísmo. Pero también lo es que resulta mucho más atractiva, al menos para mí, una sociedad democrática que reconoce la igualdad de quienes la componen y entrega consecuencialmente a cada uno de sus miembros los instrumentos necesarios para ejercer y tutelar los derechos que esa igualdad irroga.
Tímidamente, a la chilena podríamos decir, nuestro país comienza a desplazarse desde el primero hacia el segundo orden. Así las cosas, ya no es la señora Juanita la figura atractiva que reinaba en el imaginario del mundo vertical y paternalista en el que hemos estado acostumbrado a desenvolvernos.
Hoy más bien nos relacionamos con Doña Juana. Con mayúsculas y sin diminutivos. Si así lo desea, conserva la mirada bondadosa y la apariencia frágil, pero no titubea en ejercer sus derechos cuando percibe qué es lo justo y dispone de los medios para hacerlo. No pide permiso, para luego agradecer, si una entre tantas conciencias políticas bien dispuestas ha considerado pertinente ayudarla. Más bien desconfía de sus representantes políticos y comienza a identificar y utilizar los instrumentos que le permitan, sin intermediaciones, ejercer y proteger sus derechos.
Veamos lo ocurrido estos días a propósito del caso La Farfana. El año 2004, alrededor de 500 vecinos de las Villas Jahuel 1 y 2 de Maipú recurrieron a la justicia denunciando que la planta de tratamiento de aguas servidas había emitido durante largo tiempo olores insoportables por defectos en el proceso de tratamiento de lodos. ¿Se imagina usted la vida en esas condiciones? Molestias, dolores de cabeza, vergüenza de vivir en un lugar crecientemente estigmatizado. Fueron los propios vecinos los que decidieron actuar y lo hicieron sin esperar mediaciones políticas, que en su momento fueron insuficientes y lentas.
Hace pocos días, el 18° Juzgado Civil determinó que la empresa propietaria de la planta de tratamiento deberá cancelar 2.500 millones de pesos como indemnización. Es decir, alrededor de 5 millones para los 500 afectados por los olores insoportables emanados desde la planta.
Y en las imágenes de televisión, al comentar el fallo y anunciar su apelación para reivindicar el derecho a mejores compensaciones, ya no estaba la señora Juanita. Allí estaba Doña Juana, sin complejos, ejerciendo el derecho a una dignidad que tantas veces le han dicho debe esperar. Estoy seguro de que en el caso de La Farfana y en el rol que en él ha cumplido Doña Juana encontraremos las claves correctas para proyectar lo mejor de Chile.
Conozco a Doña Juana. Como ministro la vi reclamar indignadamente sus derechos. Pero también tuve el privilegio de descubrir en ella esa rara disposición a mirar la realidad de frente, a intentar comprender la naturaleza real de los problemas más allá de las respuestas simplistas y a soportar la adversidad cuando se entiende la complejidad de una tarea.
En pocos meses más elegiremos un nuevo presidente y renovaremos la mayor parte del Congreso Nacional. Día tras día me parece escuchar mensajes dirigidos a la señora Juanita. Cuidado. No es que ella no escuche. Es que quizás ya no está aquí.
Adiós, señora Juanita. Bienvenida, Doña Juana.
martes, 7 de abril de 2009
Acuerdo FASA-Fiscalía bajo la lupa de ex integrantes de la Comisión Resolutiva
Las visiones encontradas entre El abogado Sergio Espejo y el economista Francisco Labbé
jueves, 26 de marzo de 2009
Espejo: “Debe aprobarse la ley de delación compensada”
Jueves 26 de marzo de 2009
Por Álvaro Medina / La Nación
miércoles, 28 de enero de 2009
Sergio Espejo a dos años del Transantiago "Somos piezas dentro de un engranaje y me tocó una difícil"
viernes, 23 de enero de 2009
Columna Revista Capital
Artículo correspondiente al Jueves 22 de enero, 2009
Nos hemos acostumbrado a escuchar que la protección del medio ambiente y las exigencias asociadas a la competitividad y al desarrollo económico son incompatibles. Cuando afirmar aquello resulta políticamente incorrecto, se recurre entonces a la idea de que las cuestiones ambientales son parte de un catálogo de valores propio de países más desarrollados que el nuestro. Chile tendría que preocuparse prioritariamente de crecer. Luego vendría el tiempo de preocuparse del medioambiente. No es necesario ser adivino para prever que los argumentos en esa dirección se verán fortalecidos en lo que queda de una crisis económica que aún tiene largo camino por recorrer.
Me parece un error.
La protección del medio ambiente ya no es una opción. Es una condición esencial para asegurar estándares de calidad de vida básicos para nuestra población, permitir a nuestra economía insertarse exitosamente en el mundo y reconectar a los chilenos con su democracia.
Por ahora, planteo sólo tres cuestiones en esta dirección.