Artículo correspondiente al Jueves 14 de mayo de 2009
Ya no es la señora Juanita la figura atractiva que reinaba en el imaginario del mundo vertical y paternalista. Hoy nos relacionamos con Doña Juana. Con mayúsculas y sin diminutivos. Quizás con la misma apariencia frágil, pero que no titubea en ejercer sus derechos cuando percibe qué es lo justo y dispone de los medios para hacerlo.
Resulta difícil olvidar la imagen y el tono del presidente Lagos, con ese paternalismo que parecía garantizar que todo iba a estar siempre bien, haciendo referencia a “la señora Juanita”. De un día para otro, el personaje pasó a formar parte de nuestro lenguaje coloquial. Confieso que la misma señora Juanita cobró corporeidad en mi imaginación como una combinación perfecta entre la apariencia bondadosa de mi abuela Jesús y la fragilidad de las abuelitas que en el colegio o en diversas etapas de mi vida conocí en hogares de ancianos y clubes de adultos mayores.
Más allá de la anécdota, no puedo evitar asociar a la señora Juanita con un país vertical en el cual unos, que se encuentran en situación de preeminencia sobre otros, califican las dificultades que estos últimos puedan estar viviendo como inaceptables y toman, eventualmente, la decisión de intervenir para modificar ese estado de cosas.
Es cierto que resulta mejor la vida en una sociedad en la cual los “privilegiados” están dotados de una conciencia ética y una propensión a la justicia que tiende a minimizar las inequi-dades, versus aquella en la cual éstos sólo destilan egoísmo. Pero también lo es que resulta mucho más atractiva, al menos para mí, una sociedad democrática que reconoce la igualdad de quienes la componen y entrega consecuencialmente a cada uno de sus miembros los instrumentos necesarios para ejercer y tutelar los derechos que esa igualdad irroga.
Tímidamente, a la chilena podríamos decir, nuestro país comienza a desplazarse desde el primero hacia el segundo orden. Así las cosas, ya no es la señora Juanita la figura atractiva que reinaba en el imaginario del mundo vertical y paternalista en el que hemos estado acostumbrado a desenvolvernos.
Hoy más bien nos relacionamos con Doña Juana. Con mayúsculas y sin diminutivos. Si así lo desea, conserva la mirada bondadosa y la apariencia frágil, pero no titubea en ejercer sus derechos cuando percibe qué es lo justo y dispone de los medios para hacerlo. No pide permiso, para luego agradecer, si una entre tantas conciencias políticas bien dispuestas ha considerado pertinente ayudarla. Más bien desconfía de sus representantes políticos y comienza a identificar y utilizar los instrumentos que le permitan, sin intermediaciones, ejercer y proteger sus derechos.
Veamos lo ocurrido estos días a propósito del caso La Farfana. El año 2004, alrededor de 500 vecinos de las Villas Jahuel 1 y 2 de Maipú recurrieron a la justicia denunciando que la planta de tratamiento de aguas servidas había emitido durante largo tiempo olores insoportables por defectos en el proceso de tratamiento de lodos. ¿Se imagina usted la vida en esas condiciones? Molestias, dolores de cabeza, vergüenza de vivir en un lugar crecientemente estigmatizado. Fueron los propios vecinos los que decidieron actuar y lo hicieron sin esperar mediaciones políticas, que en su momento fueron insuficientes y lentas.
Hace pocos días, el 18° Juzgado Civil determinó que la empresa propietaria de la planta de tratamiento deberá cancelar 2.500 millones de pesos como indemnización. Es decir, alrededor de 5 millones para los 500 afectados por los olores insoportables emanados desde la planta.
Y en las imágenes de televisión, al comentar el fallo y anunciar su apelación para reivindicar el derecho a mejores compensaciones, ya no estaba la señora Juanita. Allí estaba Doña Juana, sin complejos, ejerciendo el derecho a una dignidad que tantas veces le han dicho debe esperar. Estoy seguro de que en el caso de La Farfana y en el rol que en él ha cumplido Doña Juana encontraremos las claves correctas para proyectar lo mejor de Chile.
Conozco a Doña Juana. Como ministro la vi reclamar indignadamente sus derechos. Pero también tuve el privilegio de descubrir en ella esa rara disposición a mirar la realidad de frente, a intentar comprender la naturaleza real de los problemas más allá de las respuestas simplistas y a soportar la adversidad cuando se entiende la complejidad de una tarea.
En pocos meses más elegiremos un nuevo presidente y renovaremos la mayor parte del Congreso Nacional. Día tras día me parece escuchar mensajes dirigidos a la señora Juanita. Cuidado. No es que ella no escuche. Es que quizás ya no está aquí.
Adiós, señora Juanita. Bienvenida, Doña Juana.
Resulta difícil olvidar la imagen y el tono del presidente Lagos, con ese paternalismo que parecía garantizar que todo iba a estar siempre bien, haciendo referencia a “la señora Juanita”. De un día para otro, el personaje pasó a formar parte de nuestro lenguaje coloquial. Confieso que la misma señora Juanita cobró corporeidad en mi imaginación como una combinación perfecta entre la apariencia bondadosa de mi abuela Jesús y la fragilidad de las abuelitas que en el colegio o en diversas etapas de mi vida conocí en hogares de ancianos y clubes de adultos mayores.
Más allá de la anécdota, no puedo evitar asociar a la señora Juanita con un país vertical en el cual unos, que se encuentran en situación de preeminencia sobre otros, califican las dificultades que estos últimos puedan estar viviendo como inaceptables y toman, eventualmente, la decisión de intervenir para modificar ese estado de cosas.
Es cierto que resulta mejor la vida en una sociedad en la cual los “privilegiados” están dotados de una conciencia ética y una propensión a la justicia que tiende a minimizar las inequi-dades, versus aquella en la cual éstos sólo destilan egoísmo. Pero también lo es que resulta mucho más atractiva, al menos para mí, una sociedad democrática que reconoce la igualdad de quienes la componen y entrega consecuencialmente a cada uno de sus miembros los instrumentos necesarios para ejercer y tutelar los derechos que esa igualdad irroga.
Tímidamente, a la chilena podríamos decir, nuestro país comienza a desplazarse desde el primero hacia el segundo orden. Así las cosas, ya no es la señora Juanita la figura atractiva que reinaba en el imaginario del mundo vertical y paternalista en el que hemos estado acostumbrado a desenvolvernos.
Hoy más bien nos relacionamos con Doña Juana. Con mayúsculas y sin diminutivos. Si así lo desea, conserva la mirada bondadosa y la apariencia frágil, pero no titubea en ejercer sus derechos cuando percibe qué es lo justo y dispone de los medios para hacerlo. No pide permiso, para luego agradecer, si una entre tantas conciencias políticas bien dispuestas ha considerado pertinente ayudarla. Más bien desconfía de sus representantes políticos y comienza a identificar y utilizar los instrumentos que le permitan, sin intermediaciones, ejercer y proteger sus derechos.
Veamos lo ocurrido estos días a propósito del caso La Farfana. El año 2004, alrededor de 500 vecinos de las Villas Jahuel 1 y 2 de Maipú recurrieron a la justicia denunciando que la planta de tratamiento de aguas servidas había emitido durante largo tiempo olores insoportables por defectos en el proceso de tratamiento de lodos. ¿Se imagina usted la vida en esas condiciones? Molestias, dolores de cabeza, vergüenza de vivir en un lugar crecientemente estigmatizado. Fueron los propios vecinos los que decidieron actuar y lo hicieron sin esperar mediaciones políticas, que en su momento fueron insuficientes y lentas.
Hace pocos días, el 18° Juzgado Civil determinó que la empresa propietaria de la planta de tratamiento deberá cancelar 2.500 millones de pesos como indemnización. Es decir, alrededor de 5 millones para los 500 afectados por los olores insoportables emanados desde la planta.
Y en las imágenes de televisión, al comentar el fallo y anunciar su apelación para reivindicar el derecho a mejores compensaciones, ya no estaba la señora Juanita. Allí estaba Doña Juana, sin complejos, ejerciendo el derecho a una dignidad que tantas veces le han dicho debe esperar. Estoy seguro de que en el caso de La Farfana y en el rol que en él ha cumplido Doña Juana encontraremos las claves correctas para proyectar lo mejor de Chile.
Conozco a Doña Juana. Como ministro la vi reclamar indignadamente sus derechos. Pero también tuve el privilegio de descubrir en ella esa rara disposición a mirar la realidad de frente, a intentar comprender la naturaleza real de los problemas más allá de las respuestas simplistas y a soportar la adversidad cuando se entiende la complejidad de una tarea.
En pocos meses más elegiremos un nuevo presidente y renovaremos la mayor parte del Congreso Nacional. Día tras día me parece escuchar mensajes dirigidos a la señora Juanita. Cuidado. No es que ella no escuche. Es que quizás ya no está aquí.
Adiós, señora Juanita. Bienvenida, Doña Juana.
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