sábado, 30 de octubre de 2010

Mayne Nicholls y la Dignidad del Deporte

Lo declaro desde el principio. Nunca he sido un buen deportista. Pero a diferencia de muchos que opinan de fútbol, no sólo asisto al estadio (soy chuncho "con carnet") sino que además, en jerga del estadio nacional, voy a Galucha y Andes Lateral. Es decir, he sido testigo presencial de la vida futbolística nacional por un número importante de años.

Desde esa experiencia, algo alejada de la teoría, quiero decir con fuerza que el actual presidente de la ANFP ha sido fundamental para cambiar la cara (y la experiencia cotidiana) del fútbol. Y en un país en el cual ese es el deporte más popular, eso es clave.

Con claridad, crecí observando a los dirigentes deportivos con enorme desconfianza. Escándalos, mediocridad, un tufillo permanente a que algo de más se iba directo al bolsillo personal, y que decir de la destrucción progresiva de los estadios y la llegada (a ratos casi bienvenida) de la violencia a los estadios, son los elementos claves de una historia de liderazgos que Mayne – Nicholls vino a interrumpir.

El período del Mayne Nicholls ha sido, por el contrario, no sólo una etapa en la que la vida de los dirigentes ha estado lejos de la primera línea de la atención pública y los escándalos brillan por su ausencia, sino además un período en el cual las realizaciones son evidentes: estadios nuevos, un campeonato mundial femenino, el despertar de la selección, son sólo algunas de éstas.

Pero quizás lo más importante, durante este período hemos sido testigos de un esfuerzo serio y sostenido por convertir la administración deportiva en el correlato necesario de un país que quiere hacer las cosas bien. Hemos visto dirigentes preocupados del futuro, enfrentando desafíos con perspectiva de largo plazo, apostado por la institucionalización en vez del caudillismo vacío y mediocre.

Desafortunadamente parece que los "dueños" del fútbol, los propietarios de muchos de los clubes deportivos (empezando por los 3 grandes), están más interesados en asegurar un pedazo más grande en la torta de sus ganancias que en proyectar el deporte y sus instituciones como piezas importantes del desarrollo nacional.

Se equivocan gravemente. Aprenderán pronto que cuando todos se concentran en arrancar el pedazo más grande de la torta, ésta termina convertida en un amasijo intragable. Como era el fútbol que ellos mismos nos legaron.

viernes, 22 de octubre de 2010

Los 33 y el sentido de urgencia

Revista Capital, 19 de octubre de 2010

Escribo estas líneas mientras el Presidente Evo Morales, de pie al lado de la camilla del recién rescatado minero boliviano Carlos Mamani, dice al Presidente Piñera que Bolivia nunca olvidará los esfuerzos de nuestro país para recuperar a un ciudadano boliviano desde las profundidades de la tierra. Es uno más de los momentos emotivos y llenos de simbolismo que hemos vivido como país desde el día en que la tierra se derrumbó en Atacama. ¿Recuerda usted la historia interminable de tensiones con Bolivia a la que alguna vez estuvimos acostumbrados?

Ha sido, dirían los neurocientíficos, una verdadera explosión activadora de las neuronas espejo (aquellas que contienen los mecanismos de la empatía) en todos los chilenos.

Como es natural, se multiplican los festejos y las merecidas felicitaciones al equipo de rescate dirigido por el ministro Golborne y el ingeniero Sougarret, así como a todos aquellos que en Chile y el exterior han contribuido a hacer posible el milagro. Más allá de sus - a ratos- agotadoras pulsiones mediáticas, bien también por Piñera que se jugó entero en esta lucha.

¿Se imagina usted todo lo qué podríamos hacer si sólo fuéramos capaces de poner en las tareas grandes de Chile una parte de la empatía y el sentido de urgencia que se han expresado estos días?

Comencemos recordando a protagonistas centrales de estos meses de espera: los niños y niñas familiares de los mineros atrapados. Sus lágrimas y su esperanza nos conmovieron. ¿Es suficiente? Claramente no. Las vidas de sus padres y abuelos debían ser arriesgadas, descendiendo a un pique que sabían era extremadamente peligroso, porque el mismo Chile que nos hace sentir hoy orgullosos niega a sus niños el derecho mínimo e igualitario a una educación que les abra el futuro.

Sin eufemismos. Ninguno de los 33 mineros habría estado en ese pique si el mismo país que los rescató les hubiera entregado oportunidades de verdad para ellos y sus familias. Y la primera oportunidad, la educación que podría hacer la diferencia en un país de desigualdades, es sin dudas una de las más esquivas y precarias.

Por otro lado, nadie de buena fe podría desconocer que este accidente ha dejado en evidencia la precariedad absoluta en que desempeñan sus labores miles de chilenos y chilenas. Eso habla de la debilidad de la fiscalización del Estado, pero también lo hace de un sector de los empresarios que rentabilizan sus proyectos a costa de mano de obra barata y precarizada, de la ausencia de condiciones de seguridad laboral, del hostigamiento o la imposición sistemática de obstáculos al desarrollo de organizaciones sindicales.

Aún más. ¿Sabía usted que una parte significativa de los pobres en Chile cuenta con un empleo formal? Esto es, la pobreza en nuestro país alcanza no sólo a aquellos que carecen de un empleo o desarrollan su actividad de manera informal. También atrapa a muchos de aquellos que con esfuerzo y disciplina han obtenido y mantienen un trabajo remunerado.

¿Qué tipo de país es aquel que niega a sus niños el acceso a la igualdad y las oportunidades más básicas que puede entregar la educación? ¿Qué tipo de sociedad es aquella que permite que una parte significativa de sus trabajadores vivan en la pobreza? Si la educación y el trabajo no abren oportunidades, entonces ¿qué puede hacerlo?

Con todo, lo vivido estos meses nos entrega dos pistas que me parecen importantes.

No fue la empresa propietaria de la mina, ni la SONAMI o algún otro gremio empresarial quien hizo posible el rescate. Sougarret es un alto ejecutivo de la principal empresa pública nacional, CODELCO. Golborne no estuvo en terreno por su experiencia en el retail (la que sin duda le resultó de extraordinaria utilidad), sino porque es el Ministro de Minería. El Estado de Chile fue clave en el éxito del rescate. Fortalecerlo, modernizarlo, hacerlo más ágil y dotarlo de las mejores capacidades sigue siendo, sin embargo, una tarea pendiente.

A diferencia de lo vivido con los saqueos de las horas posteriores al terremoto de febrero, los mineros escogieron como estrategia de supervivencia la solidaridad, la organización y disciplina, el trabajo en equipo. Por eso son los héroes del bicentenario. ¿Son esos los valores que promueven nuestros líderes? ¿Los que enseñamos a nuestros hijos? Intuyo que si fuéramos capaces de asimilar sólo esta parte de la lección, otro gallo nos cantaría.

Al celebrar el rescate de los mineros no perdamos el sentido de urgencia que ellos provocaron en todo Chile. ¿O es que estos días sólo fueron una combinación superficial de emotividad, farándula y uso inteligente del prime time en televisión?

martes, 5 de octubre de 2010

5 de Octubre

Sergio Espejo


Recuerdo la oscuridad y la temperatura agradable de los minutos que preceden el alba. Mi hermano Miguel y yo caminamos en silencio por la calle. Alrededor de nosotros, decenas de otras personas caminan rumbo a los locales de votaciones en que actuarán como vocales.

Siento escalofríos, emoción, ansiedad. Algo mágico está ocurriendo. La convicción de estar viviendo un momento irrepetible me atrapa. Después de haber crecido en dictadura, de haberme acostumbrado al Chile que niega la existencia de muertes, torturas y represión (o lo que es peor, que las justifica), un Chile que a ratos parece cómodo con la falta de libertad, el alba del día parece anunciar el inicio de algo totalmente distinto en nuestras vidas.

Observo nuevamente alrededor. Me sorprenden algunas personas que caminan con pisos o sillas en las manos. Saben que la jornada será larga. Lo sabemos todos. Pero el silencio con el que caminamos, aún cuando tenso, rebosa de una libertad que nada puede detener.

No recuerdo otro momento en toda mi vida en que haya sentido con tanta fuerza que somos las personas, cada uno de nosotros, quienes “estamos a cargo”. Carabineros y militares siguen un ritual que me parece de otra galaxia: Responden a las instrucciones que dan los civiles a cargo de los locales electorales. ¡El país se puso de cabeza!...No es así. Chile comienza a ponerse de pie.

La luz del sol va inundando las calles. La noche de la dictadura se aleja a la misma velocidad con que el día avanza. No es suficiente. Lo se. ¿Qué podría serlo? Pero es el inicio. Un inicio que recuerdo con emoción y que, lejos de anclarme en el recuerdo nostálgico del pasado, me hace soñar con el futuro que estamos por construir.

sábado, 2 de octubre de 2010

EL LEGADO DE LOS COMUNEROS

Sergio Espejo Yaksic


Viernes 1º de Octubre de 2010, luego de 82 días de huelga de hambre, dos tercios de los comuneros Mapuche que participan de ésta deponen su protesta. El resto tomará una decisión el día sábado.

Mientras el riesgo de haber perdido valiosas vidas va quedando atrás, aún es demasiado pronto para una evaluación a fondo de lo que ha ocurrido.

No es fácil olvidar que los comuneros debieron superar los 30 días de huelga de hambre para que la televisión chilena comenzara a informar sobre ellos. Uno de los momentos más emblemáticos de este silencio informativo lo proporcionó el canal de televisión de la Universidad Católica el día 21 de septiembre. Ese día, el noticiero central del canal dedicaba su pauta a los malestares estomacales propios de las fiestas patrias, a la lesión de un futbolista y a un perro bailarín. De los comuneros ni una sola palabra. Y eso mientras Monseñor Ezzati dedicaba sus mejores esfuerzos a la búsqueda de una solución.

Y si la televisión no informaba, ¿era el conflicto una cuestión que nos importara como chilenos? Por un lado, numerosos comentarios racistas e ignorantes se multiplicaron en redes sociales como twitter. Por otro, el desinterés colectivo parecía ser la respuesta patria a un conflicto que amenazaba la “mirada oficial” que todos parecíamos querer abrazar este bicentenario. Una verdad oficial que evade todo conflicto.

¿Y era necesario esperar tanto para que el gobierno expresara disposición a dialogar? Hay que agradecer que el Presidente Piñera haya debido asistir a las Naciones Unidas y que Chile postule a ser reelecto como miembro de la Comisión de Derechos Humanos de esa organización. Si ello no hubiera ocurrido, ¿habríamos tenido diálogo antes de que un comunero muriera?

Con todo, es evidente que al arriesgar sus vidas los comuneros en protesta obtuvieron resultados importantes. Aún cuando de manera imperfecta, la ley Antiterrorista y la Justicia Militar están siendo reformadas para pagar nuestras ya históricas deudas con los estándares internacionales del debido proceso.

¿Eran necesarios 82 días de huelga de hambre para que nuestros líderes políticos dieran este paso?

Por otro lado, los comuneros han afirmado sin eufemismos que la democracia no garantiza leyes justas ni el respeto efectivo a los derechos de todos. Pero lo han hecho mostrando que la paz activa, el ejercicio físico de la fuerza moral convirtiendo en arma no violenta la propia vida, es una herramienta de enorme poder. Aún más, a través de gestos concretos como la pronta aceptación de la intervención de Monseñor Ezzati, han demostrado que su voluntad de fondo siempre consideró al diálogo real con las autoridades del Estado como el objetivo último de su acción.

Pero al afirmar su disposición a perder sus vidas, los comuneros han expresado con firmeza inquebrantable algo incluso más importante. Han señalado que ellos también, en tanto Mapuche, tienen un espacio que ocupar en la identidad del Chile del bicentenario y en su futuro. Un espacio que, por cierto, no consiste en cumplir el rol que los demás queramos imponerles. Un espacio cuyos contornos sólo pueden ser construidos en el diálogo y el reconocimiento de la diversidad cultural que doscientos años de historia nacional no han logrado suprimir. Un espacio que, al expresarse, deberá convertirnos en un Chile más justo, más íntegro, más humano.

Ese puede ser el legado más significativo de esta larga jornada.