viernes, 22 de octubre de 2010

Los 33 y el sentido de urgencia

Revista Capital, 19 de octubre de 2010

Escribo estas líneas mientras el Presidente Evo Morales, de pie al lado de la camilla del recién rescatado minero boliviano Carlos Mamani, dice al Presidente Piñera que Bolivia nunca olvidará los esfuerzos de nuestro país para recuperar a un ciudadano boliviano desde las profundidades de la tierra. Es uno más de los momentos emotivos y llenos de simbolismo que hemos vivido como país desde el día en que la tierra se derrumbó en Atacama. ¿Recuerda usted la historia interminable de tensiones con Bolivia a la que alguna vez estuvimos acostumbrados?

Ha sido, dirían los neurocientíficos, una verdadera explosión activadora de las neuronas espejo (aquellas que contienen los mecanismos de la empatía) en todos los chilenos.

Como es natural, se multiplican los festejos y las merecidas felicitaciones al equipo de rescate dirigido por el ministro Golborne y el ingeniero Sougarret, así como a todos aquellos que en Chile y el exterior han contribuido a hacer posible el milagro. Más allá de sus - a ratos- agotadoras pulsiones mediáticas, bien también por Piñera que se jugó entero en esta lucha.

¿Se imagina usted todo lo qué podríamos hacer si sólo fuéramos capaces de poner en las tareas grandes de Chile una parte de la empatía y el sentido de urgencia que se han expresado estos días?

Comencemos recordando a protagonistas centrales de estos meses de espera: los niños y niñas familiares de los mineros atrapados. Sus lágrimas y su esperanza nos conmovieron. ¿Es suficiente? Claramente no. Las vidas de sus padres y abuelos debían ser arriesgadas, descendiendo a un pique que sabían era extremadamente peligroso, porque el mismo Chile que nos hace sentir hoy orgullosos niega a sus niños el derecho mínimo e igualitario a una educación que les abra el futuro.

Sin eufemismos. Ninguno de los 33 mineros habría estado en ese pique si el mismo país que los rescató les hubiera entregado oportunidades de verdad para ellos y sus familias. Y la primera oportunidad, la educación que podría hacer la diferencia en un país de desigualdades, es sin dudas una de las más esquivas y precarias.

Por otro lado, nadie de buena fe podría desconocer que este accidente ha dejado en evidencia la precariedad absoluta en que desempeñan sus labores miles de chilenos y chilenas. Eso habla de la debilidad de la fiscalización del Estado, pero también lo hace de un sector de los empresarios que rentabilizan sus proyectos a costa de mano de obra barata y precarizada, de la ausencia de condiciones de seguridad laboral, del hostigamiento o la imposición sistemática de obstáculos al desarrollo de organizaciones sindicales.

Aún más. ¿Sabía usted que una parte significativa de los pobres en Chile cuenta con un empleo formal? Esto es, la pobreza en nuestro país alcanza no sólo a aquellos que carecen de un empleo o desarrollan su actividad de manera informal. También atrapa a muchos de aquellos que con esfuerzo y disciplina han obtenido y mantienen un trabajo remunerado.

¿Qué tipo de país es aquel que niega a sus niños el acceso a la igualdad y las oportunidades más básicas que puede entregar la educación? ¿Qué tipo de sociedad es aquella que permite que una parte significativa de sus trabajadores vivan en la pobreza? Si la educación y el trabajo no abren oportunidades, entonces ¿qué puede hacerlo?

Con todo, lo vivido estos meses nos entrega dos pistas que me parecen importantes.

No fue la empresa propietaria de la mina, ni la SONAMI o algún otro gremio empresarial quien hizo posible el rescate. Sougarret es un alto ejecutivo de la principal empresa pública nacional, CODELCO. Golborne no estuvo en terreno por su experiencia en el retail (la que sin duda le resultó de extraordinaria utilidad), sino porque es el Ministro de Minería. El Estado de Chile fue clave en el éxito del rescate. Fortalecerlo, modernizarlo, hacerlo más ágil y dotarlo de las mejores capacidades sigue siendo, sin embargo, una tarea pendiente.

A diferencia de lo vivido con los saqueos de las horas posteriores al terremoto de febrero, los mineros escogieron como estrategia de supervivencia la solidaridad, la organización y disciplina, el trabajo en equipo. Por eso son los héroes del bicentenario. ¿Son esos los valores que promueven nuestros líderes? ¿Los que enseñamos a nuestros hijos? Intuyo que si fuéramos capaces de asimilar sólo esta parte de la lección, otro gallo nos cantaría.

Al celebrar el rescate de los mineros no perdamos el sentido de urgencia que ellos provocaron en todo Chile. ¿O es que estos días sólo fueron una combinación superficial de emotividad, farándula y uso inteligente del prime time en televisión?

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